sábado, 7 de febrero de 2009

Visitando al Demonio.

Sobre los rescoldos abrasadores del inframundo escuchas,atónito, los susurros del demonio. No puedes creer lo que oyes, tus ojos, desorbitados, miran atentos los suyos de apariencia cabruna. Perdiste la cuenta de sufrimientos y llantos, simplemente acudiste a la llamada del director del infierno. Habías caminado despacio, la cadena que ata tus pies pesa demasiado, y te habías postrado ante él, como mandaba.
-Perdóname-
Su aliento caliente te cae frío sobre los hombros.
-Perdóname por favor-
¿Es una broma? ¿Una trampa a la que te tiene acostumbrado? Parpadeas y tragas saliva. Ni te atreves a mirar al suelo. Te sudan las manos. No es por el calor.
-Necesito que me perdones antes de que me muera- Giras la cabeza para conseguir una mejor perspectiva. Es viejo, arrugado. Su piel ha pasado en unos días de roja a granate, ennegrecida por los bordes de las arrugas que cubren de manera alarmante su cuerpo por completo. Se le nota especialmente en la comisura de los labios, secos, rotos, sangrantes. La verdad es que tiene un aspecto lamentable-no sé si este adjetivo va bien para referirse a la representación del mal- no contestas.
Si no hubiera lava reptando entre tus pies, podrías escuchar el silencio absoluto.
¿Perdonarías al Diablo?

En este punto el cuento desemboca en dos vertientes:
Está la de concederle un perdón irracional; el diablo moriría y tú irías allá donde tuvieres que ir.

Luego presentamos la contraria; ni un idiota perdonaría a Lucifer. En este final el demonio también muere, pero sigues viviendo en el infierno de los recuerdos.

Tú decides.