Son felices sin pasar la línea que todo lo empaña. Juegan al mismo juego y siempre lo empatan. Ojos tristes contra los empañados por su amplitud. Viven entre caricias sutiles deliciosas. Sus carcajadas suenan al tempo. Son cómplices. ¿El delito? No pregunten, no es para nada evidente, nada sexual, no se alarmen. La clave es que no se miran a los ojos en los momentos clave. Es un acuerdo sin firmar que cumplen de manera escrupulosa cada año, desde que les alcanza la memoria.
Mírales, caminando como si no supieran que les observo. Ella está en silencio –extraño muy extraño- y a él le tiembla la voz cuando dice “orgullo”. Acaricia su hombro rápido y toma aire.
Párate. Párate. Desde atrás le toma por la cintura y le abraza. Es vital que sea desde atrás porque es una de esas situaciones de riesgo en el que sus ojos pueden encontrarse y cruzar la línea y tirar por tierra años de equilibrio a la basura. Así, pecho contra espalda no hay riesgo. Ella, pequeña a su lado, es la que le impide que se mueva. El otro sólo se deja llevar y sonríe mirando al suelo.
No quiero mirar, no quiero mirar. No soporto saber cuándo un momento es inolvidable.