viernes, 26 de diciembre de 2008

Latidos

Los latidos se le salían por la boca cada vez que lo pensaba. No había peor tortura que su propia mente predispuesta a hacerle enloquecer. Había encontrado la manera de acallar todos sus pensamientos. No volvería a sufrir. La locura no embriagaría sus interminables noches gélidas. Su corazón sonaba tan fuerte, que creía despertar a sus padres, luchaba contra su propio organismo para no hacer tanto ruido, pero su cabeza hablaba más alto que el silencio. Los latidos sordos y profundos no le dejaban oír apenas su respiración. Cuando apretó el gatillo sonó un último son, más tarde, la banda sonora que trae la nada. Recuperó el aliento con una bocanada de aire sonora y angustiosa.

¿Acaso pensabas que te ibas a librar tan fácilmente?

Tembló de pánico, porque se dio cuenta, de que era él mismo quién hablaba.

jueves, 18 de diciembre de 2008

La arena que traía el mar.

Tomó un puñado de arena de aquella playa abarrotada y se lo llevó a la toalla. Era la hora de la siesta y el mar estaba tranquilo. Todos dormían. Ella clavaba los ojos sobre la tierra estéril. Miró su mano, llena de motitas blancas, negras, amarillas, grises...Esas partes diminutas conformaban en su conjunto la arena que traía el mar y colocaba cuidadosamente todas las mañanas sobre la orilla para su disfrute. La operación era tan sutil, tan frágil, tan fina...

Separaba los granos amarillos de todos los demás con toda la dificultad que esto conlleva: Se le metían entre las uñas al separarlos, a la mínima brisa volaban, se les pegaban en la piel por la humedad del mediterráneo... Aún así no desistía y dedicaba todos sus momentos de soledad a esta labor.

En una ocasión, alguien que pasaba por allí se paró a observarla. No evitó preguntarla cuál era el motivo de aquella concentración tan profunda.

- Separo los granitos de oro, de los que no lo son- le respondió sin apartar la vista del montón de arena. Miró enternecido a la niña, y le dijo con cariño que eso no era oro sino simplemente, pedazos de roca amarillenta que se habían roto hasta quedar así de pequeños.

La pequeña levantó por primera vez la mirada hacia el visitante y sólo se oyó el estruendo del mar como respuesta. Se levantaron las olas rugiendo violentamente- la situación duró solo unos segundos- Los suficientes para que el bañista se alejara de aquella chica para dejar de molestarla.
-¿Dónde encuentra entonces usted el oro? Le espetó intrigada
El turista se giró:
-Pues trabajo todos los días, me esfuerzo mucho y al final de la jornada recibo los frutos de mi trabajo-
-Entonces hacemos lo mismo -respondió indignada- Lo que pasa esque usted solo busca un tipo de oro y yo lo encuentro en todas partes.

jueves, 11 de diciembre de 2008

Tildes

Era un maniático del lenguaje. Se tomaba la vida dividida en sílabas como un antónimo constante. Adoraba las esdrújulas que parecían inherentes a su ser. Y se volvía loco, que digo, excéntrico. Odiaba a los parapléjicos de palabra , tetraplégicos en las formas. Basta. Se me va de las manos la explicación y acaba en hipérbole seguro.
Como veis es un cuento cuanto menos extraño, cacofónico. El chico, en lugar de pasar el tiempo haciendo cosas lúdicas, prácticas, hasta si me apuras mágicas, se soñaba a sí mismo como médico, o mejor aún catedrático.
Mientras leía en un parque céntrico una novela pésima escuchaba atónito parábolas difíciles de entender.

Frunció en ceño, y para no perder el hilo argumentativo leyó en voz alta el libro:

“Era un maniático del lenguaje. Se tomaba la vida dividida en sílabas como un antónimo constante…”

Se dio cuenta que era incapaz de leerlo correctamente en alto y gritó con todas sus fuerzas. Su vida no había valido para nada. ¿No me crees? Inténtalo tú a ver si puedes.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Jugando con el atardecer en el cerro

Era una tarde de verano. Muy de verano. Hacía viento porque Bea trajo consigo su cometa. Le encanta observar sus movimientos sinuosos. Zow se pone tras ella con miedo. Le guía para que no se estrelle contra el suelo, de una manera seca, en silencio. Samu, Oskar y alguien más mira desde lejos, tumbados en el cesped, sonriendo, esperando a que en cualquier momento la cometa salga disparada hacia algún lugar, ya sea por torpezas o por golpes mal calculados.

Está atardeciendo. Parece que el aire se va con la luz ténue del ocaso.
"Vámos un poco más arriba y vemos cómo se pone el sol" dicen. Ella tiene la mente en otra parte, cerca del mar, pero esta vez de un mar que no conoce, y le da miedo.

Suben a un columpio y se queda abajo, mirándoles. Entonces piensa que le hecha de menos y le gustaría que estubiera en la foto que va a hacer en ese preciso instante.


Meses después recibe el Primer Premio de Fotografía Fotojoven de Coslada. Y el que falta en la foto está con ella y los que quiere están plasmados en en papel.







A veces todo es perfecto.










Permitidme esta autoentrada., esque hoy fue un día especial.

=)

domingo, 7 de diciembre de 2008

Presunto

Llegó justo a tiempo antes de que se le cerraran las puertas del vagón del metro. No podía ir más agobiada. En una mano un saco, que hacía las veces de mochila. En la otra tres bolsas cargadas hasta arriba de tonterías que harían sonreir a todos los que le rodeaban. El abrigo, que es gordísimo, está colgado sobre su hombro.
En un alarde de contorsionismo se coloca todo sobre una mano, para poder ponerse bien la chaqueta. Nota entonces un tirón contundente y rápido de la mochila, donde guarda todo lo importante (al menos lo que es físicamente vital: Documentación, algo de dinero, teléfono móvil...) Harta de sufrir intentonas de hurtos se gira rápido y pilla la mano del presunto (como dicen siempre en los noticiarios) ladrón.


Suas ojos se encuentran en silencio. Es un hombre mayor, con un bigote espeso y gris. Mira extrañado. El vagón se queda sordo. Se para el tiempo. No entiende nada. Frunce el ceño. Todavía el silencio abruma el metro ( al menos para los dos protagonistas de esta historia)


¿Qué pasa niña? ¿No estás acostumbrada a que te ayuden? Se rompe la quietud.