viernes, 4 de mayo de 2012

Todas las canciones del universo conocido

Para mis amigos es una pesadilla. No puede sonar una canción sin que la busque una relación que aluda a alguna circunstancia que he vivido. La cosa tiene tela porque también me pasa con el reggaetón, y eso tendría que estar prohibido por ley orgánica. Identificarse con una canción de esa índole es un insulto hacia el intelecto de una licenciada. Pero me pasa. Y lo grito a los cuatro vientos: sí, queridos, a veces Don Omar y compañía me hablan de mis ex. Juzgadme por ello pero no puedo evitarlo. Ese “bamboleo” que hace que mueva las caderas como si el porcentaje cubano –ínfimo- que llevo en la sangre se apoderara de mí y tuviera de repente el color de Celia Cruz.

Tengo miles de canciones adjudicadas a personas. De tal manera que la canción en sí pierde su significado, su utilidad primigenia y se convierte en “La canción de”. Enciendo la radio, y no suena música, suena lo que me rodea. Si estoy sola no hay problema. Lo disfruto. Pero si estoy con alguien… ¡ay si estoy con alguien! En ese momento comienza mi retahíla de explicaciones en las que sitúo la canción que escucho en el tiempo, el espacio y la persona a la que pertenece. Esta información, que para mí es súper útil, aunque me parezca increíble, ¡para los demás no lo es!

Mi enfermedad ha llegado a tal punto que hay grupos enteros asociados a personas. Concretamente me viene cierto grupo a la cabeza de una pareja de chicos con pinta de heroinómanos que cuando cantan, de verdad, cantan sobre nosotros. Tú y yo me refiero. Me dan ganas de ir a discográfica y decirles: “¿Me quitáis las cámara que habéis puesto en el portal de mi barrio? Gracias”.

Lo peor es que sé que esto no es especial. Que digo yo que le pasará a 7/10 adolescentes.  Lo peor es que últimamente me está pasando hasta con estilos de música, y eso ya está a otro nivel. No puedo dejar que la música engulla mi vida de esa manera, no es sano.

Tengo ciertas reglas útiles que me sirven para sacarme de estos ciclos, cuando el universo entero y las ondas de radio e internet se apoderan de mi cabeza y corazón y me taladran recordándome una y otra vez lo que hay, lo que hubo y lo que habrá.

Una de esas reglas es censurarme. Algún que otro cantautor está aún vetado en mi lista a pesar de que ha pasado mucho tiempo ya entre él y yo. Y luego otros están en espera. A Quique González sólo le puedo escuchar nueve canciones seguidas, a Ismael Serrano más de lo mismo. El rap el inglés me sigue poniendo bruta y luego están las canciones sueltas, las peores, las que suenan de repente y te dan en la espinilla. O mejor, las que te dicen “eh, eh, acuérdate de mí, llámame, te quiero”.

 Al menos eso creo que dicen y me gusta que me hablen por ti. Porque a veces no puedes hablarme, porque alguna extraña religión que no entiendo lo prohíbe, o porque te esfuerzas por no hacerlo, o porque no te sale de los cojones. Entonces vienen las canciones y me cuentan lo que hay aunque no me lo quieras decir. Y sonrio a distancia y escribo: “mira, escúchate esta canción” Y no me hace falta decir más. Aunque a lo mejor para vosotros es sólo un ritmito y para mí una vida entera que no sé expresar.