martes, 16 de junio de 2009

La terraza

No hay reuniones alrededor del fuego.

Ni domingos viendo la tele en comunidad.

Hay tormentas y una terraza, siempre llena en estos momentos.

El primero es él.

Las convoca, o al menos así lo creo yo, cuando se siente solo. Sabe que automáticamente con el primer destello entra ya un segundo personaje, que se dispone a abrir las ventanas sacar la cabeza y la parte superior del tronco a la espera de tan ansiadas gotas de lluvia. La reacción ante esto es el tercero, que grita, y le retira de la ventana, en el momento preciso en el que la gota numero seiscientas noventa y seis, iba a rozar la parte derecha de su mejilla, sustituyendo así un lunar.

La cuarta no sé con seguridad cuando entró, supongo que hasta que no apagó todos los aparatos eléctricos no la vimos apoyarse en el baúl, con las manos recogidas y la cabeza alta, sonriendo, blanca. Falta una que llega medio flotando, como siempre, y que no llega a introducirse de lleno en la balconada-que así me gusta llamar aunque sepa que no es cierto-. Tiene la boca abierta y va descalza, y con las manos roza los cristales húmedos, que estaban recien limpiados, como siempre antes de una tormenta.
El animal mira desde el quicio del cristal que hace de puerta la estampa extravagante. Hasta que cada personaje vuelve a su teatro.

Ahora algunos de estos actores intervienen por teléfono, porque estan creando sus propios escenarios, pero no pasa nada. Todo es exactamente igual. Siempre. Le gusta.

martes, 2 de junio de 2009

Cuatro formas der verbo "Ser"

Uno.

Mirándose mutuamente apartan la vista rápido. Le abraza como nunca lo hizo y siempre quiso. Le acaricia la mano y recuerda su miedo. Se empañan sus ojos mientras la escucha. Mientras, la toma por los hombros, con cuidado, como hizo aquel día, durante segundos, que ahora son minutos y ya no importa. Parece evidente: son amigos.

Dos.

Se palpa con cuidado la espalda buscando un puñal antes de que le deje marca: sería previsible.

Tres.

Le desprendió la piel a tiras con tal de saber qué había detrás. Quizás esta no es la razón última y lo hizo para curarle luego, lamiendo cuidadosamente las heridas permitidas. Tal vez tampoco fue así y la explicación se reduce a lo obvio: eran animales.

Cuatro.

Ya no le hace falta cerrar los ojos para ver el mar en todas partes: será feliz.