viernes, 26 de diciembre de 2008

Latidos

Los latidos se le salían por la boca cada vez que lo pensaba. No había peor tortura que su propia mente predispuesta a hacerle enloquecer. Había encontrado la manera de acallar todos sus pensamientos. No volvería a sufrir. La locura no embriagaría sus interminables noches gélidas. Su corazón sonaba tan fuerte, que creía despertar a sus padres, luchaba contra su propio organismo para no hacer tanto ruido, pero su cabeza hablaba más alto que el silencio. Los latidos sordos y profundos no le dejaban oír apenas su respiración. Cuando apretó el gatillo sonó un último son, más tarde, la banda sonora que trae la nada. Recuperó el aliento con una bocanada de aire sonora y angustiosa.

¿Acaso pensabas que te ibas a librar tan fácilmente?

Tembló de pánico, porque se dio cuenta, de que era él mismo quién hablaba.

jueves, 18 de diciembre de 2008

La arena que traía el mar.

Tomó un puñado de arena de aquella playa abarrotada y se lo llevó a la toalla. Era la hora de la siesta y el mar estaba tranquilo. Todos dormían. Ella clavaba los ojos sobre la tierra estéril. Miró su mano, llena de motitas blancas, negras, amarillas, grises...Esas partes diminutas conformaban en su conjunto la arena que traía el mar y colocaba cuidadosamente todas las mañanas sobre la orilla para su disfrute. La operación era tan sutil, tan frágil, tan fina...

Separaba los granos amarillos de todos los demás con toda la dificultad que esto conlleva: Se le metían entre las uñas al separarlos, a la mínima brisa volaban, se les pegaban en la piel por la humedad del mediterráneo... Aún así no desistía y dedicaba todos sus momentos de soledad a esta labor.

En una ocasión, alguien que pasaba por allí se paró a observarla. No evitó preguntarla cuál era el motivo de aquella concentración tan profunda.

- Separo los granitos de oro, de los que no lo son- le respondió sin apartar la vista del montón de arena. Miró enternecido a la niña, y le dijo con cariño que eso no era oro sino simplemente, pedazos de roca amarillenta que se habían roto hasta quedar así de pequeños.

La pequeña levantó por primera vez la mirada hacia el visitante y sólo se oyó el estruendo del mar como respuesta. Se levantaron las olas rugiendo violentamente- la situación duró solo unos segundos- Los suficientes para que el bañista se alejara de aquella chica para dejar de molestarla.
-¿Dónde encuentra entonces usted el oro? Le espetó intrigada
El turista se giró:
-Pues trabajo todos los días, me esfuerzo mucho y al final de la jornada recibo los frutos de mi trabajo-
-Entonces hacemos lo mismo -respondió indignada- Lo que pasa esque usted solo busca un tipo de oro y yo lo encuentro en todas partes.

jueves, 11 de diciembre de 2008

Tildes

Era un maniático del lenguaje. Se tomaba la vida dividida en sílabas como un antónimo constante. Adoraba las esdrújulas que parecían inherentes a su ser. Y se volvía loco, que digo, excéntrico. Odiaba a los parapléjicos de palabra , tetraplégicos en las formas. Basta. Se me va de las manos la explicación y acaba en hipérbole seguro.
Como veis es un cuento cuanto menos extraño, cacofónico. El chico, en lugar de pasar el tiempo haciendo cosas lúdicas, prácticas, hasta si me apuras mágicas, se soñaba a sí mismo como médico, o mejor aún catedrático.
Mientras leía en un parque céntrico una novela pésima escuchaba atónito parábolas difíciles de entender.

Frunció en ceño, y para no perder el hilo argumentativo leyó en voz alta el libro:

“Era un maniático del lenguaje. Se tomaba la vida dividida en sílabas como un antónimo constante…”

Se dio cuenta que era incapaz de leerlo correctamente en alto y gritó con todas sus fuerzas. Su vida no había valido para nada. ¿No me crees? Inténtalo tú a ver si puedes.

miércoles, 10 de diciembre de 2008

Jugando con el atardecer en el cerro

Era una tarde de verano. Muy de verano. Hacía viento porque Bea trajo consigo su cometa. Le encanta observar sus movimientos sinuosos. Zow se pone tras ella con miedo. Le guía para que no se estrelle contra el suelo, de una manera seca, en silencio. Samu, Oskar y alguien más mira desde lejos, tumbados en el cesped, sonriendo, esperando a que en cualquier momento la cometa salga disparada hacia algún lugar, ya sea por torpezas o por golpes mal calculados.

Está atardeciendo. Parece que el aire se va con la luz ténue del ocaso.
"Vámos un poco más arriba y vemos cómo se pone el sol" dicen. Ella tiene la mente en otra parte, cerca del mar, pero esta vez de un mar que no conoce, y le da miedo.

Suben a un columpio y se queda abajo, mirándoles. Entonces piensa que le hecha de menos y le gustaría que estubiera en la foto que va a hacer en ese preciso instante.


Meses después recibe el Primer Premio de Fotografía Fotojoven de Coslada. Y el que falta en la foto está con ella y los que quiere están plasmados en en papel.







A veces todo es perfecto.










Permitidme esta autoentrada., esque hoy fue un día especial.

=)

domingo, 7 de diciembre de 2008

Presunto

Llegó justo a tiempo antes de que se le cerraran las puertas del vagón del metro. No podía ir más agobiada. En una mano un saco, que hacía las veces de mochila. En la otra tres bolsas cargadas hasta arriba de tonterías que harían sonreir a todos los que le rodeaban. El abrigo, que es gordísimo, está colgado sobre su hombro.
En un alarde de contorsionismo se coloca todo sobre una mano, para poder ponerse bien la chaqueta. Nota entonces un tirón contundente y rápido de la mochila, donde guarda todo lo importante (al menos lo que es físicamente vital: Documentación, algo de dinero, teléfono móvil...) Harta de sufrir intentonas de hurtos se gira rápido y pilla la mano del presunto (como dicen siempre en los noticiarios) ladrón.


Suas ojos se encuentran en silencio. Es un hombre mayor, con un bigote espeso y gris. Mira extrañado. El vagón se queda sordo. Se para el tiempo. No entiende nada. Frunce el ceño. Todavía el silencio abruma el metro ( al menos para los dos protagonistas de esta historia)


¿Qué pasa niña? ¿No estás acostumbrada a que te ayuden? Se rompe la quietud.

martes, 25 de noviembre de 2008

El espejo

Daniel deja de ser Daniel por unas maravillosas horas.
Se mira al espejo y se quiere. Sonríe mientras con el dedo índice se quita el carmín que mancha ligeramente un diente blanco, impoluto. Se pinta las cejas arqueadas, exageradamente cilíndricas y rojas pasión. Se cepilla la peluca despacio, sin deshacer los rizos cobrizos que le cubren los hombros desnudos, delgados hasta marcar sus huesos finos. El espejo en el que se reflecta es lo suficientemente pequeño para no ver lo que no quiere ver. Apenas enmarca su rostro y su cuello, si se aleja puede llegar a verse esta los hombros descubiertos por el palabra de honor de su madre. Pero cuidado, no va demasiado lejos porque un paso más atrás y el espejo le enseñará una la realidad que es tan pura que arde y deja marca.

Suena la puerta. Les oye entrar, cierra el pestillo del baño. Su corazón se acelera al ritmo de los tacones y los zapatos que golpean el parquet del piso.
“¡Daniel! ¡Daniel!” Le gritan. No responde. Fija los ojos en el pomo de la puerta que se mueve frenético. “ ¿Ya estás otra vez en el baño?”espeta su madre. Silencio incómodo. “Déjale mujer a esa edad es normal que el chaval esté metido en el baño …”Sonríe pícaro. Suena un suspiro y se alejan los pasos. Daniel no quiere ya mirarse al espejo, se le ha corrido el rímel.

miércoles, 12 de noviembre de 2008

El olor que un día fue de sueños

Es una extraña visión pero ahí está. Es una vieja casa en un pueblo no muy lejano a la capital. El tejado, de tejas enjutas, de un color que en algún tiempo rozaba el rojo. En la puerta principal se puede observar con claridad a una pequeña.
La niña juega con algo entre sus diminutas manos. Su pelo, negro zaino, cae con delicadeza sobre sus hombros morenos. Insisto en la extrañeza del objeto que pasa danzando entre sus dedos a ritmo de un compás que no se escucha.
Si nos acercamos un poco más, apenas unos pasos, daremos un respingo al vislumbrar asombrados que el objeto de su entretenimiento es un pitillo.
Se escucha un crujir de paja en el patio trasero y la niña guarda rápido su tesoro en el bolsillo de su pantalón. Tras unos segundos (que para ella son eternos) aparece un hombre. Cualquiera diría que roza los setenta años. De espaldas anchas y piernas robustas. Toma con sumo cuidado a la pequeña y la eleva hasta el cielo. En ese momento ella piensa que no hay nada más alto, que el cielo llega sólo hasta donde es capaz de levantarla y ve al mismo tiempo como se aleja de aquel azul intenso cuando toca con sus pies el suelo de piedra.
El viejo le toma la mano y la acompaña al interior de la casa. Se sienta en un sillón enorme, acorde con su anchura y ella se acurruca en su regazo.
Sin quererlo se queda dormida. Momento en el que él aprovecha para sacarse la cajetilla y fumar mirando a la chimenea.
Como hemos dicho la niña está durmiendo. Sus sueños siempre huelen a humo de tabaco, pero a ella no le importa, porque es así como huele su abuelo.

Otra visión, esta vez de un color distinto.Es un domingo cualquiera. Sus padres se fueron de madrugada y la dejaron con sus tíos. La niña ha crecido unos centímetros desde el principio de la historia. Sus hombros morenos se han clareado pero su larga melena morena cae con la misma gracia sobre sus hombros. Es lo suficientemente pequeña como para llorar en público sin pudor, pero lo suficientemente grande para no querer expresar palabras y guardárselas sólo para ella. Apenas entiende las palabras sueltas sobre aquel brutal acontecimiento. La única que asimila es “tabaco”. Su primer impulso es correr hacia su cuarto y abrir la cajita donde guarda un par de cigarros. No puede evitar aguantarse una arcada de asco al identificar aquel olor con el de la muerte.

Fin de la visión.

lunes, 3 de noviembre de 2008

Última oportunidad

No sé ni por qué me molesto en escribirte sabiendo todo lo que me has hecho a mí y a los míos. Tu llegada fue caótica y he intentante arrasar todo lo que encontrabas por tu camino. Contigo llegó la muerte, el desengaño, la mentira, la enfermedad, la tristeza, la indiferencia y la desidia. Trajiste estos adjetivos (sabiendo perfectamente que los odio) a nuestras vidas y encima nos miras de reojo, como desafiándonos, que patético.

Sabes de sobra que peco de inocente de una manera casi constante. Por ello aún queda un resquicio de esperanza en mí para decirte que te concedo una última oportunidad.
No voy a pedirte que enmiendes tus actos, ni mucho menos, porque ellos ya son parte de nuestras vidas y nos hicieron más fuertes.

Tiendo mi mano para ofrecerte una especie te “tablas” , si me lo permites. Te propongo un plazo, concretamente 2 meses, para darnos una tregua a mí y a todos hasta tu partida. No te pido mucho, sólo que pares. Firmar un acuerdo tácito entre tú y yo para acabar esta guerra que no lleva a ninguna parte, porque te irás y no volverás, y vendrá otro que te sustituya (quizá mejor o peor, eso nunca se sabe).

Por mi parte prometo no recordarte perpetuamente por lo malo, sino por los diminutos momentos inolvidables que se te escaparon (yo creo que sin querer) entre maldad y maldad.

Lo que harás con esta carta es cosa tuya, puedes tirarla o plantearte lo que expongo. Total sé qué estás cansado y yo también. Ambos merecemos un respiro.

Atentamente.

Carta al Ilmo. 2008

martes, 28 de octubre de 2008

La tienda

Caminaba a paso ligero mientras zigzagueaba por las calles grises de la ciudad. Supo que había llegado a su destino al cruzar la calle porque vió con claridad en la esquina derecha el letrero de la tienda que andaba buscando.

Al entrar sonó una campanita, una de esas que se cuelgan en el quicio de la puerta, a la antigua usanza, para avisar al tendero de la llegada de un nuevo cliente.
Mientras se atusaba el pelo sacó la lista de la compra para hacer el encargo al viejo y arrugado vendedor.

-Quería 140 sustantivos, 180 adjetivos...- El anciano interrumpió su enumeración
-Señorita, lo siento, pero no nos quedan palabras-

Abrió los ojos desmesuradamente mientras empalidecía al mismo tiempo. Intentó argumentar su enfado pero irónicamente no le salían las palabras. Después de un silencio incómodo logró articular un sintagma:
-¿No hay palabras para mí?

El tendero no contestó y le dio la espalda en respuesta. Tardó unos segundos en girarse sobre sí misma y se dirigió a la salida. Volvió a sonar la campanilla mientras abría la puerta para salir. Por alguna extraña razón la ciudad era ahora gris.

Estaba tan desesperada que mendigó palabras a los transeúntes durante un rato. Apenas logró un par de artículos indeterminados cuando se dio por vencida y se sentó, a punto de llorar, en un banco próximo a su barrio.

Respiró hondo par aguantar el sufrimiento que le inundaba. ¿Por qué a ella?. Todas las gentes de su alrededor poseían letras maravillosas que juntas formaban sonidos espléndidos menos ella. Se sintió desgraciada mientras miraba a las gentes y luchó de nuevo por reprimir el llanto.

Al poco tiempo notó tras de sí una persona, probablemente un chico.
Permaneció inmóvil mientras notaba como se acercaba poco a poco hacia su nuca.
Durante unos segundos la ciudad calló y se derramaron en su oído unas palabras tan cuidadas como indescriptibles. Se giró para darle las gracias por el regalo pero ya estaba alejándose con las manos en los bolsillos.

Cerró entonces los ojos para saborear el momento
-Las palabras regaladas saben mejor- dijo mientras jugaba con un mechón de su larga melena, sonriendo de nuevo.

miércoles, 22 de octubre de 2008

Se buscan Arquitectos

En la génesis de la humanidad los hombres se unieron para gestionar la mejor obra jamás imaginada. Su objetivo: construir una torre altísima, tan grande, que llegaría al cielo y tocaría a Dios.
Todos los humanos se pusieron manos a la obra, mientras que Dios miraba perplejo el proyecto de creación bajo sus pies. Observó, como un padre que observa a sus hijos, como gracias a la coordinación y a la unidad se alzaban los pilares más altos jamás vistos.

La torre ya estaba casi terminada. Las gentes de su alrededor eran felices porque su proyecto sería recordado para siempre, viendo que su gran obra estaba a punto de alcanzar la perfección.

Cuando Dios miró al suelo, por primera vez en la historia, (al menos así Él lo percibió) tuvo miedo. Temor a no saber hasta dónde podemos llegar todos unidos, adoptando conocimientos y propósitos que parecían ya no tener ningún límite una vez traspasadas las líneas del entendimiento mutuo. Entonces Dios, asumiendo características de los hombres que el mismo había creado, y actuando movido por la pesadilla del miedo obró cegado por su inconsciencia.

Envió entonces a los hombres una condena: Otorgó a todos ellos, que siempre fueron iguales, lenguas variadas para sembrar la discordia y el malentendimiento, porque si no se comprendían, no habría forma de llegar nunca al cielo y tocar con la punta de los dedos Dios.

Y así pasó. En pocos días los hombres, antes unidos, no se comprendían los unos a los otros. Poco a poco abandonaron la obra y las disputas fueron tan fuertes, que todos huyeron a tierras desconocidas abandonando Babilonia.

Lo único que se libró de esta desgracia fue la música, que no entiende de idiomas. Acompañó en su peregrinaje a todos los hombres, fusionándose perpetuamente con otras músicas, recreándose infinitamente, pero los humanos llegaron a olvidar también que la belleza de las notas radica en la universalidad de estas.

La torre, debido al descuido del paso del tiempo, quedó en ruinas y acabó por caer poco a poco, desapareciendo con ella una época, que ya casi no es época, si no que alcanza matices míticos de leyenda perdida.

Cuando observó el Todopoderoso las consecuencias de sus actos no volvió a mirar nunca más al suelo, por miedo al miedo, decidió permanecer al margen de la vida que él mismo creó. Dios por primera vez (al menos así quiso creerlo) lloró.


Pero los hombres no están condenados para siempre. Seguimos conservando el alma de arquitectos, sólo hay que escuchar sin atender a la forma del lenguaje y entenderemos así el idioma universal que nos une, para volver a edificar La torre de Babel, tocar el cielo con la punta de los dedos y gritar a Dios que seguimos luchando por llegar más lejos que él.

martes, 14 de octubre de 2008

Tormenta en el desierto

Recuerdo con nitidez unas gotas de lluvia mojando mi cara en el desierto. Miré al cielo como si fuera un regalo de un dios al que no conozco.
En contraposición con mi felicidad estaba el gesto compungido de aquel hijo de la arena mirando al cielo.
"¿Qué pasa?" Le pregunté
Sin dejar de mirar al firmamento con sus enormes ojos marrones me respondió
“Si llueve, todo se destruye, nuestras casas son de adobe, que al entrar en contacto con el agua se derrite”

Ahora tiemblo al imaginar mi casa convertida en un montón de tierra mojada. Tierra mojada en medio del infierno de la humillación de nacer y vivir en un campo de refugiados.




Laismos

Aquel día soñó con él.
Le soñó dormida y luego le soñó despierta.
Le veía en cada rincón de las calles, esperandola, sin dar explicación alguna de su inesperada aparición. Le pensaba escondido tras un periódico, tras un tren, tras ella. Le sentía cerca, tan cerca que sonreía aún sabiendo que no estaba.

Aquel día soñó con ella.
La soñó dormido y luego la soñó despierto.
La veía detrás de la arena levantada por el aire de oriente, la buscaba entre las bocacalles desiertas, la veía en la carcajada de una niña que jugaba con su pelo.
La sentía cerca, tan cerca, que sonría aún sabiendo que no estaba.

lunes, 6 de octubre de 2008

Pequeño gran descubrimiento

El gran descubrimiento de su vida lo tuvo cuando se montó en el coche para ir a ver a sus abuelos. Al ser la pequeña de tres hermanas siempre le tocaba en medio (de todos es sabido que es el peor sitio que te puede tocar en un coche).

Miraba hacia delante. Al horizonte. Pero un cartel luminoso llamó su atención. Sin quererlo leyó en voz alta “Droguería”.Nada en el coche cambió, en contraposición con lo que sintió su alma.

Había leído ella sóla. Y ante la pequeña se encontraba un mundo de sinestésicas palabras que estaban esperando a ser leídas.

Su corazón se aceleró a medida que leía en voz alta:
“Pollos asados” “Bingo” “Peletería” “San Blas” “Clínica dental” “Droguería” “Autoescuela Ramos”…

A medida que el coche cogía velocidad era más difícil leer. Pero se convirtió en un reto, y cada vez leía más alto y más rápido
“CINESBARGONZALOJOYERÍAPASTERERÍAABOGAD…”

El frenazo interrumpió su enumeración.

¿NO SABES LEER EN VOZ BAJA?- gritó su madre

La niña no supo qué responder. Siendo sincera había descubierto hacía apenas 40 segundos que sabía leer en voz alta y no tenía ni idea de si su conocimiento había alcanzado los niveles que exigía su progenitora.

Cuando el semáforo se puso en verde hizo un esfuerzo sobrehumano para leer para sí y descubrió emocionada que también podía hacerlo.

Sonrió como sólo los niños saben sonreír. Después de aquello supo que tenía un mundo entero por descubrir y se recostó exausta por aquel acontecimiento.

jueves, 2 de octubre de 2008

Lagrimales

No sabía encontrarle otro significado al llanto que el común motivo de tristeza hasta que te encontré. Es difícil aprender a darle otro giro al origen de las lágrimas saladas, que se deslizan de manera constante sobre las mejillas de alguien en cualquier parte del globo terráqueo en este preciso instante.

Nadie nos enseña a llorar. Es algo innato desde nuestro nacimiento, que no podemos recordar porque las lágrimas empañan nuestros ojos desde el momento en el que vemos el mundo por primera vez.

Entonces llegaste tú. Aún recuerdo la tierra raspándome, la noche oscura amparada por la luna que siempre me acompaña, tu olor, tus caricias temblorosas y por encima de todo recuerdo que lloré.

Para mi sorpresa, el lagrimal había sustituido su característica fuente de sal por una de azucar y así, sin más, lloré por primera y única vez en mi vida de felicidad.

Tú me enseñaste.

Gracias.

lunes, 29 de septiembre de 2008

Metro

El eterno zigzaguear del metro le mecía todas las mañanas. El sonido de la llegada a cada estación le servía como improvisado despertador mientras dormitaba intentando no apoyar su cabeza en hombros desconocidos.

Un extraño sonido que no se correspondía con ninguno a esa hora del día - tengan cuidado en no introducir el pie entre metro y andén- le despertó de su sopor matinal. Fue algo difícil de recordar, una especie de cascabel opaco y profundo, un sonido que aún retumbaba en sus oídos cuando abrió sus enormes ojos marrones asustados.

No había nadie más que él en el vagón. Todos habían desaparecido en apenas un segundo- o debo decir en apenas un sonido- para sorpresa del chico.
Se levantó, se agarró a la barandilla y miró hacia delante y hacia atrás para asegurarse de su soledad improvisada.
El miedo le caló hasta los huesos e hizo que sus rodillas flaquearan hasta hincarse en el suelo móvil del metro. Miró hacia la luz del techo y sin darse cuenta lloró como si hubiera vuelto a su estado primigenio, como lloran los bebés cuando son arrancados del acogedor vientre de su madre para enfrentarse a un mundo donde nunca les preguntaron si querían conocer o no.

No había desaparecido todavía el rastro sonoro que le hizo encontrarse en esa situación cuando le siguió otro de características similares.
Abrió los ojos y seguía en el abarrotado vagón, luchando por no rozar demasiadas pieles ajenas a la propia. Para su sorpresa, notó que las lágrimas paseaban en un movimiento lento, armonioso, por sus mejillas. Se la secó con el revés de la mano, y se dio cuenta de que la soledad se nota más cuando estás rodeado de gente. Controversias de la vida.

domingo, 28 de septiembre de 2008

Reinas


Dejaría a un lado el morado de mi bandera para inclinarme ante ustedes Reinas mías.

Aunque vuestra corona se sustituyó en algún momento por una de espino vuestra alma sigue intacta. No recordáis cuándo ni cómo os convertisteis en reinas de la droga, reinas maltratadas, reinas postradas sobre la barra de un bar perdido en una calle alejada de vuestra patria.

Vuestros reyes no se comportaron como tales. El traje azul con el que os conquistaron se tiñó de rojo a base de golpes tapados con polvos mágicos que os prestó algún hada decadente.

Y cuando disteis vuestro trono por perdido, llegaron vuestros infantes a reconquistarlo.
Quién os diría Reinas mías, que las pequeñas princesas y príncipes que criabais a duras penas sustituirían, aunque fuera sólo por unas horas, vuestras coronas sangrantes por tiaras de cristales impolutos. ¡Hasta llegasteis a saborear de nuevo el sabor de un viejo castillo durante aquelllos instantes!

Me inclino pues sin dudarlo…

sábado, 27 de septiembre de 2008

Ruido

¿ Y si se callase el ruido?

Que se apague la ciudad y sus gentes, que el silencio lo inunde todo, sin distinción.
Que los gritos sordos no lleguen a mis oídos y que por encima de todo el silencio,que es tan puro que llega a ser blanco, liso y limpio, entre a mi cuerpo y lo empape de la cabeza a los pies, pegando la ropa contra mi piel para sentir el aire frío chocar contra mi pecho.

Entonces sonrerié, porque me habré escuchado por un breve instante a mí, antes que a nada.

Polvo

Tierra que antes de serlo fue lava.


Fuego compacto que llegó desde tan lejos hasta mis pies, y ahora, por no ser, casi eres polvo en la mar. Pero ¿quién no es apenas sólo polvo en el océano?


Ni nadie, ni nada.

sábado, 23 de agosto de 2008

Como el agua

El alma es como el agua.Muy pocas personas llegan al fondo de ésta, hasta tocarla. Cuando los afortunados consiguen palparla con la punta de los dedos la situación es tan mágica como efímera.Resalto lo de efímero, porque como todo el mundo sabe, si permaneces demasiado tiempo bajo el agua te ahogas.

viernes, 15 de agosto de 2008

Criatura

Todas las noches desde que le alcanzaba la memoria le había esperado paciente, mirando a la ventana desde la cama.

Miraba de manera fija el cielo, esperando a que ese "alguien" se apoyara en el quicio, y la invitara a volar con él.

Digo volar, porque lo único que sabía de esa criatura que nunca había visto, era que tendría alas, lo suficientemente grandes para poder llevarla lejos.

15 años después de su primer recuerdo infantil sobre esta criatura, en una noche de calor sofocante, apareció por fin lo que tanto ansiaba.

Metió primero medio cuerpo, porque su ventana siempre estaba abierta, dobló luego la alas, para introducirse mejor, y fue despacio hacia ella.

Con cariño le acarició el pelo. Se miraron mutuamente, en silencio, ella había abietro los ojos nada más oirle.

La chica, sonriendo le dijo "No".

Ambos sabían que había llegado demasiado tarde, y cuando se abrazaron para despedirse notó sorprendido algo en la espalda de la esbelta muchacha.

Después de tantos años, a ella también le habían salido las alas.

Morado

La miraba con odio mientras observaba los moratones que cubrían todo su cuerpo. Se tapaba con pequeñas rebecas, que cubrían parte de sus delgados y pequeños brazos en pleno agosto, prendas que le confeccionaba la misma que tejía también su cuerpo azulado por los golpes.

Calma pequeña, calma.

"El que hace cosas malas, tarde a temprano la paga "
Y cuando se dice eso sí misma se sonríe. Todo duele menos, y sale a jugar a la calle.

Colores

Tenía los ojos enormes de un marrón intenso.

Miró por primera vez el helado mientras notaba como se derretía en sus manos, dejándolas pegajosas.

El instinto le hizo morder aquellos colores llamativos y notó un escalofrío recorriendo sus dientes. Dolor. Lo lanzó al suelo.

Desde entonces no se fía de las cosas bonitas.

Acaban dando dentera.

Terroristas

Lloró tres veces en su vida.

La primera fue cuando era niño y su madre le contó la trágica historia de su patria, Palestina, y de su familia, silenciada y torturada hasta morir.

La segunda, un día que en el colegio vió el pupitre de al lado por primera vez vacío en dos años.
Ya se había acostumbrado a perder compañeros todas las semanas pero no a perderla a ella. Su otra mitad.


La tercera y la última fue antes de que una luz enorme que venía de su pecho inundara un pequeño mercadillo.