martes, 20 de septiembre de 2011

Cuando escribes en verano.

Vamos a jugar a que te quiero por encima de todo lo demás. A que sólo estuvimos tú y yo desde el principio. Juguemos a que todo es perfecto, a que me besas y me dan escalofríos. A que tus ojitos me vuelven loca y me siento afortunada de hacer de lo platónico algo real.
Juguemos a que sólo pienso en ti. A que él no está todo el rato al otro lado recordándome que nací para acariciarle aunque no quiera. Juguemos a hacer lo que nos plazca.
Que no, que no. Que no quiero que se meta en mi juego. Que quiero disfrutar un poquito sin pensar en su lengua en mis dientes.
“Eh, tú, déjame sola con él, tú no estás invitado, te lo has buscado. Que la pelota es mía y aquí sólo juega quién yo diga. Y tú estás castigado por hacerme feliz aunque me duela”

Y al fondo del patio está él, esperándome con el perro. ¿Cómo estás? Que mis besos respondan. Son besos de jugar. No son de mentira. A ti también te quiero,pero no te lo voy a decir porque te haré daño. Además está él, en el que pienso todo el rato, sí hombre, al que le dejé mi pelota y me la devolvió pinchada. Esque no se me va de la cabeza. Quiero dejar de pensar en él y jugar sólo contigo. Sólo contigo.

Pero sabemos que las partidas se acaban, que a ti te llama alguna y me dices adiós levantando la cabeza, como siempre. Y yo te espero en la escaleras pensando cómo sería la vida si nos hubiéramos dejado llevar desde el principio de nuestros tiempos.

Nos hubiéramos matado mutuamente y yo no me moríría de ganas de matar a otro que no fueras tú.

sábado, 13 de agosto de 2011

La genética que traen consigo los olivos

"Fíjate, fíjate, fíjate en aquellos olivos sin amo".
Olivares, extensos olivares huérfanos de padre y madre.
Igualicos los árboles, de arriba a abajo. Descuidados, con las olivas rotas, muertas,que no llegaron a sudar aceite.

Descontextualizado, el asunto viene dado mientras observo aquel olivo perdido en el camino de los piratas, al lado del mar. Me extraña que aquel árbol de tierra seca esté allí, perdidito. Tomé su fruto con mis manos -nunca me gustó el sabor- y observé la esquelética silueta de su madre. Siempre he sentido que tienen algo trágico esas formas desgarradas. Tengo la impresión de que siempre está sufriendo, que se retuerce de dolor. Que controla unos espasmos invisibles y lentos.

Esos mismos olivos la daban cobijo 70 años antes. Cuando sonaban las sirenas que anunciaban los bombardeos. Ella, claustrofóbica perdida cuando los psicólogos aún no habían inventado aún el término, corría al campo a resguardarse bajo esos árboles que, a mi juicio, sufren siempre. Todo el mundo bajaba a los refugios, pero ella no, que eso le agobiaba, que se ahogaba, que se fiaba más de las hojitas verde oscuro -ya, ya, yo tampoco me lo explico-.

Desde entonces cuando ve un campo de olivos les da las gracias. Y yo pienso que el gusto, a veces, se hereda sin saberlo. Porque cómo iba a saber yo que sin esos árboles quizás no estaría escribiendo ahora. Total, que me gustan los olivos.