Tengo miles de canciones adjudicadas a personas. De tal
manera que la canción en sí pierde su significado, su utilidad primigenia y se
convierte en “La canción de”. Enciendo la radio, y no suena música, suena lo
que me rodea. Si estoy sola no hay problema. Lo disfruto. Pero si estoy con
alguien… ¡ay si estoy con alguien! En ese momento comienza mi retahíla de
explicaciones en las que sitúo la canción que escucho en el tiempo, el espacio
y la persona a la que pertenece. Esta información, que para mí es súper útil,
aunque me parezca increíble, ¡para los demás no lo es!
Mi enfermedad ha llegado a tal punto que hay grupos enteros
asociados a personas. Concretamente me viene cierto grupo a la cabeza de una
pareja de chicos con pinta de heroinómanos que cuando cantan, de verdad, cantan
sobre nosotros. Tú y yo me refiero. Me dan ganas de ir a discográfica y
decirles: “¿Me quitáis las cámara que habéis puesto en el portal de mi barrio?
Gracias”.
Lo peor es que sé que esto no es especial. Que digo yo que
le pasará a 7/10 adolescentes. Lo peor
es que últimamente me está pasando hasta con estilos de música, y eso ya está a
otro nivel. No puedo dejar que la música engulla mi vida de esa manera, no es
sano.
Tengo ciertas reglas útiles que me sirven para sacarme de
estos ciclos, cuando el universo entero y las ondas de radio e internet se
apoderan de mi cabeza y corazón y me taladran recordándome una y otra vez lo
que hay, lo que hubo y lo que habrá.
Una de esas reglas es censurarme. Algún que otro cantautor
está aún vetado en mi lista a pesar de que ha pasado mucho tiempo ya entre él y
yo. Y luego otros están en espera. A Quique González sólo le puedo escuchar
nueve canciones seguidas, a Ismael Serrano más de lo mismo. El rap el inglés me
sigue poniendo bruta y luego están las canciones sueltas, las peores, las que
suenan de repente y te dan en la espinilla. O mejor, las que te dicen “eh, eh,
acuérdate de mí, llámame, te quiero”.
Al menos eso creo que
dicen y me gusta que me hablen por ti. Porque a veces no puedes hablarme,
porque alguna extraña religión que no entiendo lo prohíbe, o porque te
esfuerzas por no hacerlo, o porque no te sale de los cojones. Entonces vienen
las canciones y me cuentan lo que hay aunque no me lo quieras decir. Y sonrio a
distancia y escribo: “mira, escúchate esta canción” Y no me hace falta decir
más. Aunque a lo mejor para vosotros es sólo un ritmito y para mí una vida
entera que no sé expresar.