No hay reuniones alrededor del fuego.
Ni domingos viendo la tele en comunidad.
Hay tormentas y una terraza, siempre llena en estos momentos.
El primero es él.
Las convoca, o al menos así lo creo yo, cuando se siente solo. Sabe que automáticamente con el primer destello entra ya un segundo personaje, que se dispone a abrir las ventanas sacar la cabeza y la parte superior del tronco a la espera de tan ansiadas gotas de lluvia. La reacción ante esto es el tercero, que grita, y le retira de la ventana, en el momento preciso en el que la gota numero seiscientas noventa y seis, iba a rozar la parte derecha de su mejilla, sustituyendo así un lunar.
La cuarta no sé con seguridad cuando entró, supongo que hasta que no apagó todos los aparatos eléctricos no la vimos apoyarse en el baúl, con las manos recogidas y la cabeza alta, sonriendo, blanca. Falta una que llega medio flotando, como siempre, y que no llega a introducirse de lleno en la balconada-que así me gusta llamar aunque sepa que no es cierto-. Tiene la boca abierta y va descalza, y con las manos roza los cristales húmedos, que estaban recien limpiados, como siempre antes de una tormenta.
El animal mira desde el quicio del cristal que hace de puerta la estampa extravagante. Hasta que cada personaje vuelve a su teatro.
Ahora algunos de estos actores intervienen por teléfono, porque estan creando sus propios escenarios, pero no pasa nada. Todo es exactamente igual. Siempre. Le gusta.
1 comentario:
Esperanza, soledad, rutina, seguridad...A veces sería bueno que las gotas de lluvia llovieran de abajo hacia arriba, así al menos tendríamos de que hablar..
Besos amiga¡¡
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