miércoles, 12 de noviembre de 2008

El olor que un día fue de sueños

Es una extraña visión pero ahí está. Es una vieja casa en un pueblo no muy lejano a la capital. El tejado, de tejas enjutas, de un color que en algún tiempo rozaba el rojo. En la puerta principal se puede observar con claridad a una pequeña.
La niña juega con algo entre sus diminutas manos. Su pelo, negro zaino, cae con delicadeza sobre sus hombros morenos. Insisto en la extrañeza del objeto que pasa danzando entre sus dedos a ritmo de un compás que no se escucha.
Si nos acercamos un poco más, apenas unos pasos, daremos un respingo al vislumbrar asombrados que el objeto de su entretenimiento es un pitillo.
Se escucha un crujir de paja en el patio trasero y la niña guarda rápido su tesoro en el bolsillo de su pantalón. Tras unos segundos (que para ella son eternos) aparece un hombre. Cualquiera diría que roza los setenta años. De espaldas anchas y piernas robustas. Toma con sumo cuidado a la pequeña y la eleva hasta el cielo. En ese momento ella piensa que no hay nada más alto, que el cielo llega sólo hasta donde es capaz de levantarla y ve al mismo tiempo como se aleja de aquel azul intenso cuando toca con sus pies el suelo de piedra.
El viejo le toma la mano y la acompaña al interior de la casa. Se sienta en un sillón enorme, acorde con su anchura y ella se acurruca en su regazo.
Sin quererlo se queda dormida. Momento en el que él aprovecha para sacarse la cajetilla y fumar mirando a la chimenea.
Como hemos dicho la niña está durmiendo. Sus sueños siempre huelen a humo de tabaco, pero a ella no le importa, porque es así como huele su abuelo.

Otra visión, esta vez de un color distinto.Es un domingo cualquiera. Sus padres se fueron de madrugada y la dejaron con sus tíos. La niña ha crecido unos centímetros desde el principio de la historia. Sus hombros morenos se han clareado pero su larga melena morena cae con la misma gracia sobre sus hombros. Es lo suficientemente pequeña como para llorar en público sin pudor, pero lo suficientemente grande para no querer expresar palabras y guardárselas sólo para ella. Apenas entiende las palabras sueltas sobre aquel brutal acontecimiento. La única que asimila es “tabaco”. Su primer impulso es correr hacia su cuarto y abrir la cajita donde guarda un par de cigarros. No puede evitar aguantarse una arcada de asco al identificar aquel olor con el de la muerte.

Fin de la visión.

4 comentarios:

Jesús V.S. dijo...

¡Qué dramático! Me gusta mucho, mucho, mucho. Cada cuento que escribes me encanta.

Un beso. :)

ordago13 dijo...

jo es un poco triste al final pero verdadero me hiciste acordarme de mis abuelos..

muchas gracias sirenita

Pequeñas y Grandes Reflexiones dijo...

Me ha gustado mucho y eso que soy fumadora,

es una historia que mientras la lees la imaginacion te dibuja lo que lees.

un besazo

EL SUEÑO DE GENJI dijo...

La vision del abuelo, la visión de los padres muertos...

Me ha gustado mucho, y quedo esperando más de esa niña lo suficientemente pequeña como para llorar en público y lo suficientement grande como para callar lo que siente...

En curiosa prisión llamada incomunicación nos encerramos nosotros los humanos....

Besos y gracias por estas historias..